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LOS CONTRATISTAS: OTRO GRAN INVENTO ARGENTINO

LOS CONTRATISTAS: OTRO GRAN INVENTO ARGENTINO

La agencia de noticias Télam, en su suplemento Agro del viernes 14 de julio, dedicó una página a analizar el rol de los contratistas agrícolas en la producción nacional. Transcribimos parte de ese artículo.

A pesar de que el sector agrícola de la Argentina y los Estados Unidos tienen bastantes semejanzas (ambos países producen soja, trigo y maíz con insumos y tecnologías similares), hay un rasgo en el que las diferencias son abismales: la mano de obra. Sucede que mientras en el país del Norte la mayor parte de las tareas agrícolas son realizadas por los propios “farmers”, en estas pampas muchos productores han dejado esa tarea en manos de “contratistas”. Pagan por sus servicios.

Se trata de un fenómeno bien criollo: se estima que en el país existen entre 11 y 12 mil equipos de contratistas. Son pequeñas Pymes que, con unos pocos trabajadores y algunas máquinas, recorren durante largos meses las diversas zonas agrícolas del país haciendo los trabajos más rudos en los establecimientos que los contratan. Según el Ministerio de Agroindustria, existen contratistas para todas las tareas rurales posibles. Pero la inmensa mayoría se dedica a la siembra, las pulverizaciones y a la cosecha de granos. Actualmente cubren entre 70% y 90% del área agrícola.

Una primera lectura diría que en la Argentina los agricultores tercerizan estas tareas porque tienen dinero suficiente para hacerlo. La verdad es otra bien distinta: en EE.UU. son los productores los que manejan tractor y cosechadora porque la actividad les asegura una rentabilidad suficiente como para amortizar esos equipos a pesar de disponer de superficies pequeñas. Aquí sucede que hay que usar los recursos al máximo para exprimirles rentabilidad. Los primeros contratistas surgieron así: fueron los pequeños productores que salieron a prestar servicios fuera de sus lotes para completar un ingreso decente.

Jorge Scoppa es presidente de la Federación Argentina de Contratistas Rurales (Facma), que agrupa a 4.500 de estas pequeñas empresas diseminadas en todos los pueblos de la región agrícola. Tienen la sede en Casilda porque más o menos por aquella zona empezó esta historia, cuando los gringos de Santa Fe, Córdoba o el norte bonaerense, que se dan mucha maña con la maquinaria, comenzaron a tomar trabajos en tierras ajenas. Primero fueron hacia los campos trigueros del sur. Ahora muchos también migran hacia los campos sojeros del norte. “Esto requiere de mucha vocación. Un equipo de cosecha bien puede llegar a recorrer, de punta a punta, unos 2.500 kilómetros de distancia”, dice el directivo.

Un equipo o “comparsa” varía de acuerdo a la escala de cada contratista: los hay con 1 o 2 cosechadoras, los hay con 5 o 6. En el caso del pequeño, son por lo menos 5 trabajadores además del patrón, que casi siempre convive con ellos y va supervisando el trabajo y atendiendo a los clientes. Muchas veces es mano de obra familiar: son hijos de productores que encuentran en el oficio un modo de seguir vinculados a la actividad.

La que está concluyendo fue una de las temporadas más hostiles. En enero, con los intensos calores, muchas cosechadoras se incendiaban mientras levantaban el trigo. A partir de abril lo que vino fue la lluvia y la ciclópea tarea de cosechar en campos plagados de barro. “Lo peor fue llegar a cada uno de los lotes, porque la red de caminos rurales está destruida”, afirma un contratista que ahora viajó al norte a levantar el maíz de segunda. Pronto volverá a su pueblo y comenzará la otra parte del trabajo: el desguace de la maquinaria para hacerle mantenimiento y dejarla lista para la nueva campaña. Los contratistas son todos “fierreros”apasionados.

A pesar de que son la mano de obra del agro, los que levantan la cosecha se llevan una porción menor de un negocio que factura unos us$ 30.000 millones al año. Las tarifas se pactan libremente con el que contrata el servicio, aunque Facma establece valores de referencia que se construyen a partir de los costos e incluyen un razonable 20% de utilidad. Scoppa relata que el sector se profesionalizó mucho y que cada contratista mantiene una cartera de clientes más o menos fija. “No es como antes, que salías a la pesca y ponías las máquinas en la rotonda a la espera de trabajo”, rememora.

Juan Manuel Villulla, investigador del Centro de Estudios de Ciencias Económicas de la UBA, fue más allá: escribió un libro (“Las cosechas son ajenas”, editorial Cienflores) sobre los trabajadores asalariados que dependen de los contratistas, es decir sobre quienes manejan la maquinaria. En diálogo con Télam, Villulla dice que el mercado de los contratistas es “ultra competitivo” y describe a esas Pyme como “un actor subordinado en la cadena”. ¿Por qué? Porque su tarea es clave, pero “en términos económicos se quedan con una porción chica de lo que es la rentabilidad del negocio agrícola, a groso modo 10%”.

Si eso es lo que le toca a estos empresarios, mucho más chica es la tajada que se llevan sus empleados. “De la facturación total del año pasado, el costo de la mano de obra representó de 2% a 3%”, mensura Villulla. Porciones mucho más interesantes se reparten los dueños de los campos en arriendo, los proveedores de insumos, los flete y el propio Estado, que todavía se apropia de 30% en el caso de la soja.

Fuente: https://tinyurl.com/2oabws5k